Todos cometemos errores, algunos más significantes y con más consecuencias que otros,  y no todos tenemos la oportunidad de enmendarlos. Yo tuve la suerte de tener una oportunidad, aunque un poco difícil de creer. Les contaré mi historia, en la que tuve que ver mi futuro para enmendar mi presente.

Primero que nada, mi nombre es Paúl. Como todos, tuve amigos, de esos que consideramos amigos de verdad, de los que nunca te abandonan pase lo que pase. Eran tan buenos amigos que aunque yo no los valorara como tal, siempre estaban ahí para mí.

Yo siempre he sido una persona simpática, pero bastante engreída. Tanto, que llegué a negar varias amistades para poder mantener mi popularidad en la ciudad. Así fui perdiendo amistades, pero nunca me di cuenta de lo que realmente sucedía, hasta que un día tocaron mi puerta. Era un señor misterioso, de barba larga y de color negro. Usaba gafas oscuras que no permitían ver sus ojos.

—Sé que no sabes quién soy, pero yo te conozco muy bien —Me dijo—. Estás cometiendo muchos errores, de los cuales te arrepentirás en el futuro.

Yo estaba muy confundido, tanto que no alcancé a decir nada. Se quitó las gafas y dejó ver sus ojos. Unos ojos grises, casi blancos, tan claros que casi no se distinguía el iris de la esclerótica, con una mirada profunda, hipnotizante.

—Sé que eres una buena persona —Continuó—, y te daré la oportunidad de enmendar tus errores. Te dejaré ver tu futuro, y espero que aprendas la lección por tu cuenta.

Lo próximo que recuerdo es despertar en mi cama, pensando que había sido un extraño sueño. Hice mi rutina de las mañanas, y fui al baño y al verme en el espejo, mi sorpresa fue muy grande.

Ahí estaba yo luciendo 20 años mayor. Busqué un calendario, y para aumentar mi sorpresa, estaba en el año 2033. No supe que hacer, me desesperé. Intenté llamar a mis amigos, pero ninguno contestó. Supuse que todos habían cambiado de número de teléfono, total, no creí que mantuvieran el mismo número de teléfono por 20 años.

Encontré una libreta con un número de teléfono, era de mi mejor amigo de toda la vida, Alejandro. Lo llamé y vino inmediatamente a mi casa.

— ¿Qué sucede? —Preguntó preocupado—. Te escuchabas angustiado por el teléfono, por eso vine lo más rápido que pude.

                —Sé que es difícil de creer, pero no pertenezco a esta época. Alejandro, soy el Paúl de 20 años atrapado en el cuerpo del Paúl de 40. No sé qué sucedió, pero necesito tu ayuda.

                —Estás loco —Me dijo con mirada confundida—, ¿Qué te metiste? No sabía que te drogabas, y eso que soy tu único amigo desde hace 15 años. El único que no se alejó de ti.

                Sus palabras me dejaron en shock.  Yo, que siempre estuve rodeado de amigos, ahora tengo solo uno, estoy casi completamente solo. No supe qué decir, por un momento hasta me olvidé del hecho de que estaba atrapado en el futuro sin saber cómo volver.

— ¿Qué sucedió? —Le pregunté aún en shock—, ¿Por qué todos se alejaron de mí?

—Tu actitud. Te volviste engreído porque eras popular en la ciudad, y los fuiste dejando de lado uno por uno. Intentaste alejarme a mí también, pero a pesar de eso, me quedé a tu lado. Siempre esperé que en un momento te dieras cuenta de tus errores y que no fuera muy tarde para enmendarlos, pero creo que ya es tarde.

Y sí, sería muy tarde para enmendar mis errores, de no ser por el hecho de que era el Paúl de 20 años viendo mi futuro. Tenía que haber una forma de poder volver y no hacer lo mismo de nuevo, solo debía descubrirla.

Le pedí que me llevara con cada uno de ellos para hablarles y saber por qué se alejaron de mí; qué hice exactamente para que decidieran alejarse. Al principio se negó, pero después de insistir, cedió y accedió.

Primero fuimos a buscar a José, uno de mis primeros amigos de la escuela. Llegamos a su casa y nos atendió su esposa. Nos dijo que él no quería hablar con nosotros, o mejor dicho, conmigo. Me sentí mal, porque fuimos buenos amigos, era difícil entender que ni siquiera quisiera hablar conmigo por unos minutos.

Luego buscamos a Roberto, otro amigo de la infancia. Vivía en una mansión enorme, me sorprendí al ver su casa, pero me alegré de ver que le haya ido tan bien en la vida. Nos atendió una de sus hijas, dándonos una terrible noticia. Roberto había muerto dos semanas atrás de un ataque al corazón. Al parecer se angustió por un problema en su empresa y le dio un infarto. Le dimos nuestras condolencias a la chica y nos retiramos del lugar.

Le dije a Alejandro para buscar a Penélope, pero no quiso llevarme con ella. Decía que el impacto al ver en lo que se había convertido sería muy grande. Penélope era mi novia, pero según Alejandro terminé con ella porque una modelo se interesó en mí. Le insistí para ir a verla, terminó por acceder.

Nos dirigimos a una plaza donde casi no caminaba gente. Había una mujer vestida muy provocativa al borde de la calle, Alejandro me dijo que era ella. Tenía razón, mi sorpresa fue muy grande, no esperaba que la mujer a quien un día amé terminaría siendo una prostituta.

—Penélope, hola —Le dije mientras me acercaba—, ¿Cómo estás?

—Oh, de pronto te preocupas por mí y vienes a ver cómo estoy —Dijo en tono irónico sin voltear a verme—. ¿Por qué ese interés tan repentino?

—Quería saber cómo les había ido en su vida a todos. Ha pasado mucho tiempo desde que nos distanciamos y no tenía noticias de ninguno.

—Pues, ya me ves. Me va de maravilla —Dijo ahora en tono sarcástico aún sin voltear a verme—. Ahora, si no requieren mis servicios, será mejor que se vayan. Debo seguir trabajando.

Nos fuimos del lugar mientras yo seguía con la sorpresa de ver a Penélope convertida en eso. Nunca pensé que podría terminar así, y menos que sería por mi culpa. Me sentía conmocionado, eso era algo muy difícil de creer. Le arruiné su vida.

Decidí ir a hablar con Rafael, un compañero del equipo de fútbol en el que estuve de joven pero en el que no seguí al ver que no necesitaba de ese deporte para ser popular. Llegamos a su casa, vivía a las afueras de la ciudad, en la costa, en una gran mansión a la orilla de la playa. Resulta ser que Rafael se convirtió en el futbolista mejor pagado del país. No lo niego, en ese momento sentí un poco de envidia, pero me alegré mucho por él. Tocamos el timbre y nos abrió una señora de servicio, que muy amablemente le comunicó a Rafael que habíamos ido a visitarlo.

              —Después de tanto tiempo —Dijo al asomarse a la puerta mientras sostenía una copa de vino tinto—, ¿Qué quieren?

               —Solo queríamos hablar un momento contigo, de ser posible. —Dije con una sonrisa.

              —No creo que sea posible ahora —Replicó mientras sonreía hipócritamente luego de voltear hacia dentro de la casa—. Tengo otras visitas importantes y no puedo recibir a nadie más. Disculpen, será en otra ocasión.

                Nos cerró la puerta en la cara y me dejó con las palabras en la boca. Fue muy grosero de su parte, pero supongo que me lo merecía por lo que sea que le haya hecho, cosa que no tenía muy clara, ya que Alejandro tampoco sabía detalles sobre eso.

Luego de eso fuimos a hablar con Carlos, un amigo de la universidad. También vivía en una casa grande, se notaba que vivía bien. Tocamos la puerta varias veces y esperamos unos 10 minutos aproximadamente a que alguien nos atendiera. Era Carlos, nos abrió la puerta y amablemente nos invitó a pasar a su casa. Nos presentó a su esposa Carolina y a sus dos hijos, una hermosa familia.

— ¿Qué los trae por acá después de tanto tiempo? —Preguntó—, de verdad que me causa curiosidad su visita.

—Verás, Carlos, estoy pasando por un momento complicando en mi vida, sería difícil que lo entiendas —Le dije mientras Carlos me miraba un poco desorientado—, y solo quería saber cómo les iba a mis viejos amigos y entender los motivos por los que nos alejamos y dejamos perder la amistad.

—Pues, en mi caso —Dijo, mientras me miraba aún confundido—, nos alejamos porque me pediste que no te hablara más, dijiste que no era bueno para tu imagen que te vieran conmigo, el nerd cuatro ojos de la clase. Pero aún así sigo considerándote mi amigo.

— ¡Oh, de verdad lo siento! —Exclamé con sorpresa— No recordaba haberte dicho eso, ha pasado mucho tiempo. Discúlpame si te hice sentir mal en ese momento, no sabía lo que hacía ni lo que decía.

—No te preocupes —Dijo con mirada amable—, ya te dije que siempre te consideré mi amigo a pesar de ese evento. Nunca te guardé rencor y entendí tus razones, aunque sabía que eran puras banalidades.

—Te lo agradezco mucho, de verdad que me voy mucho más tranquilo. Nos marchamos porque tenemos que seguir visitando viejos amigos. Cuídate, Carlos, y cuida también a tu familia. Espero verte pronto.

Alejandro y yo nos retiramos y seguimos visitando viejas amistades. Algunos nos atendieron con desprecio, otros ni siquiera se dignaron a dirigirnos la palabra. Así llegó la noche y tuve que volver a casa. Alejandro se marchó a su casa porque también tiene una familia que atender, pero prometió que volvería en la mañana para seguir tratando de ayudarme a volver a mi época.

Esa noche no pude dormir, pensando en todo lo que había sucedido ese día. Las conversaciones, el desprecio de algunos de mis viejos amigos y de quien alguna vez fue mi novia. Todo era tan difícil de entender, parecía irreal; todo parecía un sueño. Y yo esperaba que fuera así, un sueño. Que todo fuera una mala pesadilla y que despertaría en algún momento exaltado y sorprendido de lo que vi.

Pero todo era tan real, mis actitudes habían ido alejando a mis amigos y yo no me daba cuenta. Estaba ciego porque era popular y quería mantenerme así. No veía que en algún momento debía seguir con mi vida y que ya nada sería como en el colegio o en la universidad. Ya no sería popular, solo alguien con muchos conocidos.

En ese momento, tocaron la puerta de la casa. Al abrir la puerta, me encuentro con la sorpresa de que era el mismo anciano misterioso, con barba larga y de color negro con sus gafas oscuras.

—Veo que has reflexionado —Dijo con una expresión de satisfacción en lo poco que se veía de su rostro—. Has entendido que las banalidades en las que vives no te llevarán a ningún lado y perderás muchas amistades. ¿Es eso lo que quieres para tu vida? ¿Es éste el futuro que deseas para ti?

—No, no es éste el futuro que deseo —Dije mientras se me escapaba un par de lágrimas—. No quiero perder a mis amigos, quiero que todos seamos una gran familia. Que estemos siempre unidos sin importar lo que suceda. He aprendido mi lección.

—En ese caso, creo que es hora de que vuelvas a tu época.

El anciano se quitó las gafas y me dejó ver nuevamente sus ojos grises, tan claros que rozaban el color blanco. Quedé inmerso en su mirada y reacciono de repente frente a él, mientras lo observo ponerse las gafas. Estaba en mi época, el mismo día en que ese anciano misterioso tocó a mi puerta.

— ¿Qué sucedió? —Dije muy confundido—, tuve un sueño muy extraño en el que viajaba al futuro y veía mi soledad casi extrema.

—Ya no tengo nada que hacer aquí —Dijo el anciano mientras se daba la vuelta—, y por cierto, no fue un sueño. Todo fue real.

El anciano se fue caminando y desapareció en un instante, justo cuando lo perdí de vista un segundo.
A partir de ese momento, mi vida cambió por completo. Empecé a valorar mucho más mis amistades. No dejé que ninguno de ellos se alejara de mí, siempre mantuve el contacto a pesar de la distancia que pudiera separarnos.

Hoy estoy cumpliendo 40 años, y todos mis amigos están aquí celebrando conmigo. Cada año, en el aniversario de la visita del anciano misterioso, les cuento a mis amigos la historia. Ellos siguen sin creerme, a excepción de Alejandro. Él dice que tuvo un sueño en el que me ayudaba justo como en la historia que les cuento.

Hay veces en las que me asomo por la ventana y me parece ver al anciano frente a mi casa, como si me vigilara para que no me desvíe del camino correcto nuevamente. Y aunque no he logrado descubrir su identidad, las veces que lo he visto, su rostro se me hace parecido a alguien que conozco… a mí.

Siempre creí que podría superar esto, que podría seguir adelante sin mucho problema, pero la verdad es que cada vez es más difícil.

Si alguien me hubiera dicho hace un año que iba a enamorarme así, no le hubiera creído y me hubiese reído, pero así fue: me enamoré. Me enamoré de su mirada, de su sonrisa. Cada gesto que hace me enamora más y más.

Cada vez que toma mi mano y me permite hacerle caricias. Cuando pierde la timidez y me acaricia también. Cada vez que juego con su cabello tan suave, no puedo evitar sentirme feliz.

Es que en su compañía me siento feliz, aunque no seamos nada más que amigos. Y no podamos ser nada más que eso. Soy feliz cada vez que sonríe, porque hace que me olvide de todos mis problemas. Soy feliz cuando me mira, porque siento que nada más en el mundo tiene importancia, solo sus ojos posados sobre mí. Soy feliz cuando toma mi mano, porque, a veces, solo a veces, siento que soy la persona más afortunada del mundo. Soy feliz a su lado, aunque no podamos estar juntos.

Por eso, desde que lo conocí, supe lo que es la verdadera felicidad.

Te odio.
Sí, te odio.
Te odio porque me haces sonreír.
Te odio porque contigo me olvido de todo.
Te odio porque eres lo más especial que me ha pasado en la vida.
Te odio porque con solo sonreír me haces feliz.
Te odio porque no me concentro por estar todo el día pensando en ti.
Te odio porque, desde que te conocí, supe que nada en mi vida sería igual.
Te odio porque gracias a ti le doy sentido a las canciones de amor.
Te odio porque quiero tener muchas fotografías tontas y locas de nosotros.
Te odio porque eres la inspiración que me hace escribir.
Te odio porque no puedo estar sin ti.
Te odio porque no puedo estar contigo.
Te odio porque sí.
Te odio porque te amo.
Sí, te amo.
Te amo.