Te conocí una navidad, donde no esperaba encontrarte. Fue un segundo, un instante. Y sentí como mi alma voló hacia otro destino, tan distante. Me aferré a ti con la fuerza de mil hombres, pues te amé desde el primer momento. Todos me decían que era imposible, pero mi terquedad me cegaba. Era más grande mi amor por ti que los motivos que nos separaban.

El sentimiento solo crecía, pero tu interés en mí no lo conocía. El día que mis ojos descubrieron el sonido incomparable de tu mirada, bien supe que con el amor, el dolor también llegaría, pero igual seguí tus pasos, y llegué a lugares donde nunca creí que estaría. Descubrí lo que era amar de verdad.

Nadie nunca creyó que mi felicidad crecía, solo al escuchar mi nombre, como lejana esperanza, salir de tus labios. Quizás tú tampoco confiaste en mi alegría. Quizás nunca supiste, que yo reiría eternamente si me mirabas. Solo si me mirabas.

Siempre que te veía, sentía mi alma volver a mi cuerpo. Lo que nunca supe, es que con el adiós, mi alma contigo se quedaría. Sentí como mi alma se evaporaba hacia otro destino, donde ya tus ojos no estaban.

Mi piel sintió el perfume de tu eterna ausencia y mi boca pronunció tu nombre por última vez. No me reconocí al saberme vencido, no era yo aquél que peleaba sin tregua y esperaba poder verte cada día.

Otra vez recuerdo el sonido de tu voz, como aquella melodía que ponía fin a mis agonías. Las dulces notas que me devolvían a la vida. Recuerdo las emociones corriendo por mi sangre cada vez que me tocabas, y vuelve a mí la nostalgia como final de película de amor.

Siempre pensé si estaba escrito que te encontrara en mi camino, o si solo fui yo que quise cambiar mi destino. Pero ahora solo pienso que en este camino hay diversas paradas, y tú decidiste bajar de este tren. Y con la misma fuerza que me aferré a ti en un principio, debo mantenerme firme y no sucumbir ante tu adiós.

Leave a Reply