Fue un amor fugaz, un amor de verano. Me planté frente a él, con una seguridad que intimidaba. Mi mirada decía que lo deseaba; la suya estaba llena de temor, y aún así pude notar un poco de deseo. Lo besé. El enojo, mezclado con la vergüenza, lo hizo ponerse rojo.

─Hagamos a un lado las formalidades, son una perdida de tiempo cuando sabemos lo que ambos deseamos.─ Le dije. ─Que éste sea el inicio perfecto, y ya veremos cómo será la línea de meta.

Desde allí, todo fue sin compromisos. Encuentros esporádicos llenos de placer, pues al fin y al cabo, no éramos más que juventud salvaje llena de imprudencias; respirando a través de pulmones dañados y coleccionando nombres de los amantes que salieron mal. 

El amor afloró de a poco de mí. Sí, yo, que dije que todo sería sin compromisos, que sería solo placer y nada más, me estaba enamorando de él. Y así como el amor, llegó el temor. Temor a que, a pesar de todo el placer que nos brindamos, y todos los encuentros en secreto, él no sintiera por mí lo mismo que yo por él. A éstas alturas, todos los sentimientos estaban muertos, se habían ido. Y volvieron con su rostro a atormentarme.

Todo se vino a abajo, se me cayó el mundo encima, como una inundación que rompió un hogar. Incendiamos nuestro interior solo por diversión, con placer y deseo, y luego llegó la tormenta a mí. Lo perdí todo. Soy solo la silueta de lo que solía ser. Soy una cara sin vida que él pronto olvidará.

Mis ojos aún se humedecen al recordar las palabras que dejó rondando en mi cabeza cuando destrozó mi pecho. Y si tú aún puedes enamorarte, tienes suerte; la mayoría de nosotros estamos amargados por alguien. Mientras, yo sigo incendiando mi interior, solo por diversión, para distraer a mi corazón del hecho de que lo perdí para siempre. Pero lo extrañaré por siempre.

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