El miedo; esa sensación que te paraliza y te advierte que puedes estar en peligro por cualquier situación, y este viaje no ha estado exento de ellos. Por mi parte, soy de esas personas que no siempre demuestran el miedo. Se puede decir que soy una persona dura, pero eso es solo en el exterior, porque la verdad, es que le tengo miedo a muchas cosas. A algunos insectos (Más que miedo, es asco), al fracaso, a la soledad. Sí, le tengo miedo, muchísimo, a la soledad.

Desde el inicio de mi viaje, me he dado cuenta de que no me gusta estar solo. Cada vez que mi mamá, mi papá o mis hermanos me dejaban solo, siendo yo un bebé, me ponía a llorar, porque en efecto no quería estar solo. Me aterraba la idea de que nadie estuviera allí para acompañarme. Y hoy, que ya he dejado atrás buena parte del camino, y he superado muchas cosas, me doy cuenta que ese miedo sigue allí, y me acompaña a todas partes.

Me gusta estar acompañado, ya sea por mi familia, por amigos, o solo por Toby, mi perro. Y es que con solo sentir la presencia de alguien cercano todos mis miedos e incertidumbres se disipan. La soledad es traicionera. Te obliga a hablar contigo mismo, a reflexionar algunas cosas, lo cual es bueno, pero también te hace pensar más de la cuenta. Puedes volverte paranoico por cualquier situación que hayas vivido, y llegar a obsesionarte con una circunstancia en específico. Y no me gusta experimentar la sensación de paranoia, pensar una y otra vez sobre algo que hice, o que no hice, y obsesionarme con eso.

Y lo que más me asusta de la soledad, es que estando solo no se tiene a una persona a quien contarle tus problemas, que te aconseje sobre algún aspecto en tu vida y te de amor y cariño cuando lo necesites. La soledad es algo bueno y necesaria en algunos casos, pero puede llegar a ser muy peligrosa en otros.

Los mejores viajes siempre son los que se hacen con la familia, o con amigos. O incluso con la familia y con los amigos, todos juntos. Pero todos sabemos, que a la gran mayoría no les gusta viajar solos.

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